lunes, 22 de abril de 2013

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suceso. Peña se había convertido en un traidor para los seguidores de Chávez, por eso los ataques con objetos contundentes y ráfagas de disparos al edificio donde estaba su despacho fueron comunes. Un aspecto cuestionado de su gestión fue su orden de cerrar Catia TVe.
El 15 de octubre de 2004 decidió no buscar la reelección como alcalde por considerar que las elecciones regionales de 2004 eran fraudulentas. Después de las elecciones apareció en Miami donde declaró que no pensaba volver a Venezuela hasta que se restableciera el estado de derecho.
En 2005 La Fiscalía ordenó citar a Alfredo Peña para que sea procesado por delitos relacionados con las muertes de civiles registradas durante el 11 de abril de 2002.
La creencia en la realidad forma parte de las formas elementales de la vida religiosa. Es una debilidad del entendimiento, una debilidad del sentido común, y la última trinchera de los celadores de la moral y de los apóstoles de lo racional. Afortunadamente, nadie, ni siquiera los que lo profesan, vive de acuerdo con ese principio, y con razón. Nadie cree básicamente en lo real, ni en la evidencia de su vida real. Sería demasiado triste.
Pero en fin, dicen esos buenos apóstoles, no se os ocurrirá desacreditar la realidad ante los ojos de aquellos a quienes tanto les cuesta vivir, y qué tienen perfecto derecho a lo real y al hecho de que existen. Idéntica objeción respecto al Tercer Mundo: no se os ocurrirá desacreditar la abundancia ante los ojos de los que se mueren de hambre. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la lucha de clases ante los ojos de unos pueblos que ni siquiera han tenido derecho a su revolución burguesa. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la reivindicación feminista e igualitaria ante los ojos de todas aquellas que ni siquiera han oído hablar de los derechos de la mujer, etc.
¡Si no os gusta la realidad, no se la quitéis de la cabeza a los demás! Es una cuestión de moral democrática: no hay que desesperar a Billancourt. Nunca hay que desesperar a nadie.
Detrás de estas intenciones caritativas se oculta un profundo desprecio. En primer lugar, en el hecho de instituir la realidad como una especie de seguro de vida o de concesión perpetua, como una especie de derecho del hombre o un bien de consumo corriente. Pero sobre todo empujando a la gente a poner únicamente su esperanza en las pruebas visibles de su existencia: al atribuirles este realismo chato, se les toma por ingenuos y por débiles mentales. Hay que decir en descargo de los propagandistas de la realidad que este desprecio comienzan a

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